Lucy Kellaway

No culpen a la generación del milenio si no los pueden retener

Por: Lucy Kellaway | Publicado: Lunes 18 de abril de 2016 a las 04:00 hrs.
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Vivo en una casa llena de miembros de la generación del milenio, tres de los cuales están enfrentando sus primeras batallas con la vida laboral. Cada día los estudio, maravillada ante lo poco que se parecen sus primeras experiencias a las mías. A veces pienso que es porque ellos son diferentes. A veces porque el mundo es diferente. No tengo la respuesta correcta, pero por lo menos reconozco la respuesta equivocada cuando la oigo.

La semana pasada recibí un correo electrónico con el título “Atrayendo a la generación del milenio” del decano de la Escuela de Asuntos Profesionales de Columbia, que ha estado reflexionando sobre por qué tantos de los jóvenes más brillantes dejan sus fantásticos empleos, y se le ha ocurrido una estrategia de tres puntos para ayudar a las empresas a retenerlos: motivarlos a través de la enseñanza, promocionar sus beneficios e invertir en Recursos Humanos.

Miré estas tres patéticas recomendaciones y me pregunté si este hombre alguna vez había conocido a algún millennial. Esa noche a la hora de la cena pregunté a mi focus group si estaban de acuerdo en que la respuesta al desencanto masivo era más Recursos Humanos y capacitación. La reacción fue una gran risotada.

Entonces, qué deben hacer las empresas para no perder a sus recién graduados, les pregunté. Tomaron sus smartphones y entraron en las redes sociales: ¿Podría alguien que haya conseguido un gran empleo después de graduarse y que ahora piense dejarlo, por favor ponerse en contacto?

Lo que siguió fue una noche divertida oyendo las experiencias de los desencantados de Unilever, Goldman, Lloyds, un reconocido estudio de abogados, una gran compañía de relaciones públicas y un par de consultoras de gran renombre.

Una recién graduada dijo que acababa de pasar cuatro meses preparando una presentación de 250 diapositivas PowerPoint que nadie iba a leer. Otro dijo que en su bufete se esperaba que los jóvenes fueran a buscar sandwichs para los mayores, como si fueran alumnos de primera año en Eton. Una recién graduada con honores en inglés de Oxford dijo que su jefe insistía en leer todos sus correos antes de enviarlos, haciéndole dudar de su capacidad de escribir una simple frase.

Casi todos se quejaron de la total estupidez de todas las tareas que se les asignaban. Pero además, al final, mencionaban también los horarios. No es divertido trabajar toda la noche y después recibir un regaño por no afeitarse.

¿Qué está pasando aquí? ¿Son unos malcriados quejosos? ¿O son verdaderamente trabajos intolerables? Creo que es un poco de ambos: están enfrentando la mayor disparidad entre las expectativas y la realidad que el mundo profesional haya visto jamás; y no es culpa de ellos.

La mayoría de estos recién graduados escucharon de sus futuros jefes una y otra vez que eran extraordinarios y que los empleos eran maravillosos. El sitio web de Bain es un ejemplo clásico: “Necesitamos pensadores inteligentes e innovadores que aspiren a cosas increíbles. La curva de aprendizaje es empinada. Pero el trabajo es estimulante. Y el potencial de su carrera es infinito”.

Cuando yo tenía su edad nadie me dijo que yo era maravillosa o que el futuro era infinito, por lo que no me desilusioné al descubrir que yo no lo era ni el futuro tampoco.

En cambio, los empleados jóvenes de la generación del milenio están siendo posicionados por sus jefes para una caída inevitable. Al principio las cosas van bien; existe la promesa de millas aéreas y la vanidad de todo eso. Pero después de unos meses se impone el aburrimiento y se dan cuenta que el trabajo no es maravilloso. Están llenando planillas de cálculo que no parecen tener propósito.

Los trabajos de principiantes siempre han sido pesados, pero sospecho que son peores ahora. En mi época no había PowerPoint, ni hojas de cálculo, ni relaciones públicas, ni recursos humanos, ni capa tras capa de trabajo inútil. Aún en mis primeros empleos cuando me daban tareas aburridas, me daba cuenta que alguien tenía que hacerlas. Estos recién graduados se sienten como piezas de una máquina: como todos saben que probablemente no se quedarán, nadie hace ningún esfuerzo por conocerlos.

Más peligrosa aún es la brecha entre las mentiras corporativas y el negocio en sí. Un recién graduado en una consultora me dice que todos los días sus jefes le repiten que la firma busca lo mejor para el cliente. Pero cada semana observa cómo las mismas personas tratan de imponer servicios más caros que el cliente no necesita.

Cuando las cosas llegan a ese punto, sólo hay dos posibilidades. O renuncia o se calla y es tragado por la máquina.

Los jefes deberían tratar de distraer a sus recién graduados cuando llegan al punto de máximo desafecto. La respuesta no es capacitación o más Recursos Humanos; es mejor administración en general. Tienen que dejar de decirles que se han ganado el empleo más maravilloso del mundo. En vez, deberían darles algo interesante que hacer, o por lo menos poder explicarles por qué llenar esa planilla de cálculo es importante.

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